lunes, 16 de febrero de 2009

Camino de la Nada. Un capítulo para degustar...

CAMINO DE LA NADA

 

 

-  ! Parece mentira! Gritó el minero que marchaba adelante. Nada más ayer, cuando pasábamos de ida, este hueco estaba lleno de gente. Hoy, miren, roca sobre roca. Nada más que piedras y olor a muerto.

 

- ¿Cuántos muertos habría? Preguntó un hombre desdentado que aparentaba sesenta años, aunque su cédula fecha su nacimiento en hace muchos menos de cuarenta.

 

- ¿Quién lo puede saber? Dijo entre dientes quien primero había hablado, un joven de 23 años que hacía poco arribaba al pueblo lleno de ilusiones. “En Segovia te das con las barras de oro en los tobillos” le habían dicho. Nada más lejos de la realidad. “Acá es con la miseria y la esclavitud que te das de narices” era su conclusión. - Pero que hubo muerto, hubo muerto. Sentenció.

 

Siguieron la tortuosa senda que serpentea dentro del socavón, en ascenso, a gachas unas veces, otras reptando a través de los filosos peñascos que llegan a cortar pedazos de piel, con una catanga a cuestas, la cual parece multiplicar geométricamente su peso con relación a los metros de recorrido, mientras lacera la espalda  con sus punzantes aristas.

 

- Qué desgracia la nuestra, tanto trabajo para llegar allá arriba y tener que entregar estas benditas piedras a los que no se esfuerzan por conseguirlas. Dijo con voz quejumbrosa un esquelético minero, cuyos pómulos parecían salirse de la piel, con la cara demacrada y una cicatriz en la frente, causada quizá por una roca en alguna jornada de ardua e ingrata labor.

 

Atrás del pequeño grupo marchaba pujando como un animal mal herido, el más joven de todos aquellos machuqueros, quien a sus dieciséis años decidió dejar de estudiar para “rebuscarse con que invitar a la chacha a fresco” y se fue a trabajar a las minas. Era fornido, simpático y solidario; con un rostro de niño aún, a quien le gusta bromear y tomar de manera alegre los avatares de aquella labor, que todavía no mina ni sus ánimos ni su estado físico. Dejando oír su voz aún no definida totalmente, con un dejo de adolescencia, casi gritando, afirmó: - De todas maneras no veo la hora de salir, para moler estas arenas y recibir el billete. En un bar hay una “nena” que me tiene medio loco, y pide mucho la infeliz; pero voy a llegar con suficiente plata para darle lo que pida y hacerla sentir como una reina. Así yo seré el rey mi parce. ¿Si o no?

Todos continuaron callados por un rato. Sólo se oían los gemidos que el esfuerzo causaba y el cansancio iba aumentando en intensidad y frecuencia. La respiración se acortaba y alguna que otra maldición cruzaba el aire enrarecido de la mina.

Esa era la triste historia de aquellos hombres. Cada uno a su manera se “mataba” casi toda la semana tratando de sacar de aquel socavón de invasión, que desde hacía más de 100 años era explotado por una empresa de origen extranjero, pero que ahora estaba lleno de hombres con la acuciente necesidad de  obtener unos pesos para sostener a sus familias; pesos que sin embargo iban, en su gran o absoluta mayoría, a parar a las cuentas bancarias de los dueños de los bares y  lupanares del pueblo. Dejaban su vida en las minas llenas de peligro, su dinero en las mesas y los lechos de los antros y su salud entre las piernas de las prostitutas. El sinsentido consagrado a la circularidad cotidiana del “matarse en el socavón para acabarse de matar en el lupanar predilecto”.

Allá afuera los esperaban los gamonales, quienes lideraron la invasión y les cobran el “impuesto” por permitirles ingresar a la mina, tomando la mitad de la cantidad de material aurífero que logran sacar a la superficie. Son quienes verdaderamente obtienen usufructo del trabajo agotador y riesgoso, en una excavación insegura a la que le remueven su poca seguridad, pues es en los pilares naturales dejados por los ingenieros, en las llamadas popularmente “cuñas”, donde el minero invasor encuentra el material con valor, ante la ausencia de verdaderas frentes de explotación, de vetas para avanzar.

Al ver la luz que indica la proximidad de la bocamina, todos hacen una mueca que intenta ser sonrisa. Afuera los esperan los esclavistas: el cobrador del impuesto y, más allá, en el poblado, el dueño del bar...

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La ancianita se levantó presurosa apenas sintió el ruido en la puerta. Su corazón saltó de alegría porque sabía que llegaba su muchacho. Gracias a la Virgen del Carmen, sobrevivía otra jornada más de los peligros de la mina y de la calle. Ella, nadie más, se lo traía con bien haciendo caso a sus eternos ruegos y rosarios.

-          ¿Qué hace levantada mamá? ¿Usted es boba? Ya sabe que a mi no me pasa nada, ¿para qué me espera?

-          No mijo, yo estaba acostada. Dijo sonriendo bondadosamente. En sus ojos se veía reflejada la luz del candil, proyectando todo el amor que sólo una madre siente.

-          ¿Va a comer?

-          No, vieja. La Rosario me dio comida.

-          ¿Sigue viendo a esa sinvergüenza? Usted no hace caso. Qué tristeza. Va a desperdiciar su juventud y su vida…

Marco no la oyó más, en medio de hipos y ronquidos diluyó las palabras de doña Eunice. Su borrachera lo hacía insensible a “la cantaleta” de su madre.

Esa noche Marco soñó que se encontraba con Rosario en un almacén de ropa fina y le compraba un hermoso vestido, el más lindo que jamás había obtenido y ella lo retribuía con besos y sonrisas. A cada cosa bella que le compraba ella le cuchicheaba promesas de amor y sexo. Él le pedía que ahora que le podía dar de todo le prometiera no acostarse con más hombres…

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La verde colina que enmarca el panorama de la casa se ve matizada por los rayos del sol. Empieza el hormigueo de la gente calle abajo y a través de la ventana abierta por Soledad, el candente sol incomoda a Julio César. Éste se remueve en la cama lanzando maldiciones y sintiendo su cabeza explotar como un globo. La resaca lo convida a seguir durmiendo mientras Soledad le dice: “Levántate Julito, tus compañeros han venido a buscarte para ir a la mina”.

Julio César se levanta lentamente lanzando improperios contra la vida, su mujer y compañeros. Lava su cara y mira a través de la neblina de su intermitente dolor de cabeza como fluye un nuevo día y se hace tarde. No recibe más que agua helada y sale sin despedirse, como si Soledad tuviera la culpa de su malestar, aquel mismo causado por la borrachera en la cual se gastó lo que había conseguido en la semana. Ella se queda mirando el camino por donde se fue, suspira y sacude su cabeza tratando de alejar su tristeza… ¿quién me habrá mandado? Se pregunta.

 

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El gélido aire de aquellas altas montañas acaricia las mejillas de manera traicionera, pasados unos días se cambia de piel y se siente el resquemar del cálido sol de tierra fría, el mismo que sonríe en las mañanas y se anhela en las heladas noches. Allí se siente como en ningún otro lugar la ausencia del calor afectuoso de un hogar, aunque los curas insistan en que el seminario conciliar empieza a ser un verdadero hogar cuando se tiene vocación.

Los largos pasillos de los cuatro pisos del claustro muestran unas gastadas baldosas sobre las que han deambulado miles de sueños en su más de medio siglo de existencia. Los jóvenes recitan el rosario, con los brazos cruzados en la espalda, todas las noches, caminando lentamente y con la cabeza agachada, como si sintieran una gran tristeza o una inconmensurable vergüenza.

-          ¿Ya rezaste? Pregunta Román, asomando medio cuerpo a través del hueco de la puerta del cuartucho donde pernocta Andrés.

-          No, todavía no. Pero demos al menos un paseo para estirar las piernas. Toda la tarde he leído y estoy aún entumecido. Qué bendito frío, hermano.

Andrés sale cerrando la puerta tras sí. Se esculca los bolsillos buscando su llave y lanza un corto suspiro de tranquilidad. Ofrece un cigarrillo a Román y enciende otro. Una bocanada de humo multiplicado por la neblina ambiente es su oración, mientras camina callado al lado de su amigo.

Dados varios pasos interroga Román: ¿Qué estás leyendo ahora?

Andrés lo mira con una sonrisa forzada y le dice en voz baja: “Al maestro”

-          Ahhh. Responde su compañero prolongando la expresión, como entendiendo que es algo trascendental.

-          Ya sabes. Leerlo es una maravilla que deprime, y más en este ambiente mediocre de espiritualismo forzado.

-          Quien creyera. No se puede encontrar a Dios si no es a través de la nada. Dice Román mientras escudriña en el horizonte alguna luz que le ilumine, seguramente.

-          Sólo en la nada… ummm… que no te escuche el padre Alfonso.

-          Ya lo veo fingiendo indignación, con sus ojos saltones tras las gafas de fondo de botellas.

-          Jajaja. Ríe de manera ruidosa Andrés.

-          Nos harás regañar por no estar rezando.

-          No Román. El hombre es el animal que ríe, por eso mismo Dios debe tener un gran sentido del humor. Y si no fíjate en esto,  ¿Por qué iba Dios a crear un ser que se ríe, si no ha de ser para reírse con él?

-          Y de él.  Enfatiza Román.

-          Exacto. Quizá la mejor oración es la risa. Amigo, ríete hasta de ti mismo, porque tu creador hace rato lo está haciendo. Este sainete, como característica del género, tiene un solo acto, el cual representamos en el intermedio de la gran función: la nada. ¿Un Dios bromista? Te preguntarás. Pero no es así. La broma nos la hacemos nosotros mismos, esperando eternidad, cuando debemos estar agradecidos por este lampo que hemos recibido. Maravillosa oportunidad de construirnos, de hacernos, de darnos la esencia, ya que nos regalaron existencia.

-          Estamos de regreso a la nada. Sentenció Román, arrojando lejos la colilla del cigarrillo.

Continuaron caminando. “Camino de la nada”. Musitó de manera casi imperceptible Andrés.

-          ¿Qué dices?

-          Nada, hermano, nada.

Pasar del nihilismo pasivo al activo, qué fácil, ¿no? Dejar de creer en lo que allí se creía y empezar a aceptar la nada como único horizonte. Román a ratos no entendía a Andrés. Aunque su más grande amigo, en algunas ocasiones se le aparecía como un ser enigmático y desconocido. ¿Qué hacía allí? ¿Qué buscaba en el seminario si parecía no creer en el cristianismo y mucho menos en las prédicas de los formadores? Ya una vez se lo había preguntado y la respuesta sonriente de su joven compañero fue “En mi casa no hay una biblioteca tan inmensa, hermanito”.

Andrés lo observó de reojo y pareció adivinar su pensamiento.

-          La clapsidra de Nietzsche, el reloj de agua, en la Gaya Ciencia. Todo vuelve, mota de polvo.

-          ¿Qué?

-          Estás allí pensando qué demonios hago aquí. Y te aseguro amigo que aunque no lo creas quiero estar acá.

-          Porque la biblioteca es inmensamente grande

-          Y los curas son más ateos que cualquiera.

-          No digas tonterías. A veces pareces loco.

-          Un Diógenes, un cínico, pero no orate, el no lo estaba. Quizá Nietzsche lo estuvo toda la vida a causa de la sífilis. Pero la única enfermedad de transmisión sexual en realidad es la vida, por eso hoy a la gonorrea, la sífilis y tantas otras las llaman infecciones y no enfermedades. Jajajaja. Cada día somos más precisos.

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Marco se sentó en la cama nada más oír el grito. Todo estaba en penumbra. Su cama mojada por la copiosa sudoración nocturna le pareció extraña. ¿Dónde estaba? ¡En casa! ¡Y el grito que provenía de la otra habitación era de su madre!. Se estremeció, caminó a tientas y encontró la puerta, salió hasta un pequeño pasillo y gritó. “Mamá”. Nada se escuchaba. “Mamá”, repitió ya con un dejo de preocupación. Llegó hasta la puerta de madera de la habitación contigua, única fuera de la suya que había en aquella casita hecha de tablas y zinc. “¿Mamá?”. Dijo nuevamente pero con un tono tímido y angustiado, como temiendo algo terrible.

-          ¿Hijo?  Se escuchó desde el interior la voz de su madre. ¿Qué le pasa?

-          Que me asustaste. Gritaste muy fuerte. ¿Estabas soñando?

-          Si, hijo. Desde hace varios días estoy teniendo unas pesadillas espantosas.

-          ¿Pesadillas?

-          No te preocupes, estoy acostumbrada. Según doña Martina esas no son más que reflejo de mis angustias y mis miedos.

Marco Tulio sintió por fin la resaca. Un dolorcito persistente entre sus sienes y una sed descomunal.

-          ¿Hay agua helada en la nevera?

-          Si, hijo. ¿Para eso no fue que me la regalaste el día de madres?    Me acuerdo muy bien que me dijiste: para que haga cremas y bolis y nunca me falte el agua helada para mis guayabos.

Marco ya estaba llenando a tope un cilíndrico vaso de cristal, el que quedaba aún de otro regalo el día de madres, se lo había dado con los pesos conseguidos machando una mina de don Pedro, el viejo minero amigo de su difunto padre. Don Pedro nunca lo había abandonado, le daba trabajo y consejos. El primero lo tomaba como un hombre, los segundos no, porque el anciano no comprendía que él estaba en plena juventud, y todavía debía quemar las etapas que el viejo asegurador de minas parecía no recordar cuando le recomendaba “dejar de joder con las vagamundas”.

-          Si tiene mucho dolor de cabeza, hijo, creo que todavía hay una papeleta de efervescente en el tocador.

Sin decir nada Marco se acercó al viejo tocador de lata y vidrio, donde su madre tenía organizadas, como sólo ella sabía hacerlo, las pastillas y jarabes sobrantes de anteriores recetas médicas, junto a las peinillas, desodorante y loción de su hijo. Mientras veía como se disolvía la pastilla efervescente en su borboteo y feria de burbujas, Marco recordó que había comprado aquella loción porque un día entró un doctor a la cantina y la Rosario dijo que lo que más le agradaba de un hombre es que oliera bueno. Él no tuvo reparo en acercarse al hombre bien vestido que ocupó una silla en la barra y sonreía a todas las mujeres buscando la más apetecible para llevarse a su apartamento esa noche. Le preguntó la marca del perfume masculino que tanto agradaba a Rosario, y aquí está en el tocador suspendido de la pared del patio de su casa. Costoso, pero valía la pena, desde que lo compró sólo lo usa cuando va a visitar a su amada.

-          ¿Qué hora es? Preguntó a su madre, limpiando la parte exterior de su  boca, donde quedaron minúsculas partículas de la pastilla que tomó aún sin acabar de disolverse en el agua.

-          Las cuatro y media, mijo. Debería volverse a acostar, a las seis lo llamo para que vuelva a meterse a ese hueco.

-          Maldita sea. Sí. ¿Quién me mandó a ser pobre?

-          ¿Quién  lo mandó  a no hacer caso y estudiar?

-          Y quién  la mantenía a usted vieja.

Su madre no respondió. En su fuero interno pensó: “Don Pedro, mijo,  al fin y al cabo lo que usted se consigue no alcanza si no para la puta de Rosario”.  Sin embargo   le dijo con dulzura:

-          Duerma otro poco, hijo.

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Aquella horrenda noche cuando el hemaducto segoviano se rompió y el rojo sangre fue el color predominante, Julio César estaba departiendo en uno de los bares de la calle principal. Sintió las estruendosas explosiones y los disparos cercanos como si fueran dirigidos a él. Corrió como conejo asustado a meterse al orinal, pero allí estaba ya casi la totalidad de los parroquianos que a aquella temprana hora departían en ese lugar. Rebotó contra un hombre como de cien kilos y pelambre de león, se acurrucó y empezó a rezar. ¿Qué pasaría? Y Soledad ¿qué estaría haciendo? Ojalá y no sea algo grave, que no sea la guerrilla la que está tomándose el pueblo.

Fue una espantosa noche en la que asesinaron cuarenta y cuatro personas …

jueves, 24 de julio de 2008

PSICOLOGIA

EL LENGUAJE EN EDUCACION

Humberto Maturana propone que las personas son como máquinas (analogía, no aseveración afirmativa absoluta, sino comparativa) en cuanto a su relación con el entorno. Una máquina es algo concebido para realizar una serie concreta de tareas. Sus partes están diseñadas y organizadas para hacer esa tarea. Cuando es activada, la máquina hace el trabajo que su estructura está diseñada para hacer. Un estímulo externo no cambia a la máquina, la activa. Este gatillador o activador, según Maturana, es el lenguaje en el caso de los organismos humanos como principal estímulo externo. Con lo que se puede inferir, que la activación puede ser causante de una adecuada realización de la tarea por parte de la "máquina" humana, el organismo de la persona puede motivarse a actuar de acuerdo con lo que debe hacer, o simplemente actuar de manera contraria a lo esperado porque el lenguaje ha "engatillado" un sentimiento o emoción contraria a la supuestamente beneficiosa para ese sujeto. Es el caso de la desmotivación causada por un lenguaje agresor, poco claro, quejumbroso, etc.
Para el filósofo chileno Fernando Flores, seguidor de los planteamientos de H. Maturana, el lenguaje permite sólo cinco acciones posibles. El lenguaje verbal está compuesto por tantas palabras, pero únicamente cinco tipos de acción; cada clase de palabras lleva a cabo una acción distinta y cada una de ellas se diferencia de las demás.
¿Cuáles son estas cinco acciones posibles en el lenguaje?
Según Flores[1] primero, las peticiones, las cuales "son acciones que se realizan cuando se busca la ayuda de otro para satisfacer un interés subyacente del solicitante".[2] Segundo, las promesas, que "es lo que se dice para expresar el compromiso de llevar a cabo lo que otra persona ha solicitado".[3] En ella siempre se encuentra implícito que quien realiza la promesa ha entendido la solicitud y es competente y sincero en su compromiso de cumplirla.
Para Flores, hay un tercer tipo de acción en el lenguaje, las declaraciones, que vienen a ser "un acto del lenguaje en el que una persona con la autoridad suficiente para hacerlo crea algo nuevo que antes no existía".[4]
Pero éstas no son todas, el filósofo chileno afirma que hay una cuarta forma de utilizar el lenguaje, las valoraciones, especie de "juicios que se formulan sobre el mundo con el fin de emprender alguna acción"[5] . Y una quinta, las afirmaciones, que "son formulaciones de un enunciado para el que se está dispuesto a proporcionar pruebas"[6]
Esto para el caso concreto que se considera en este texto tiene múltiples inferencias, por eso se hace necesario seguir citando a Maturana y afirmar con él que la comunicación entre dos personas en el lenguaje es la comunicación entre dos seres biológicos que viven literalmente en dos universos cognoscitivos distintos (por lo que este biólogo chileno asevera se ha de hablar de multiverso antes que de Universo). Lo que viene a complicar más el asunto.
¿Por qué estas cinco acciones posibles en el lenguaje, según Fernando Flores, implican iluminación de la situación problema que atañe a esta disertación?
Porque los fallos de comunicación hacen estragos y las personas de la comunidad que se diagnostica presentan presumiblemente muchos fallos con respecto a la manera de llevar a cabo estas cinco acciones lingüísticas, con lo cual se presentan las consecuencias ya anunciadas.
En el caso de las peticiones, primera acción en el lenguaje que conceptúa flores, en múltiples ocasiones pueden presentarse problemas de comunicación por falta de claridad del solicitante, no comprensión de quien recibe la petición, o una manifestación de insatisfacción de quien realizó la petición, bien porque se siente defraudado o descontento (es ansioso o perfeccionista), lo que puede determinar que el solicitado se sienta manipulado u objeto de abuso, e incluso defraudado consigo mismo; hecho éste que atenta contra la autoestima y la relación con el otro. Es el caso, por ejemplo, de un alumno que realiza una actividad de clase según entiende los enunciados de la propuesta del profesor, se siente satisfecho porque se ha desempeñado a fondo, pero al presentar el taller, lo que recibe es una reprimenda del profesor, porque "no hizo lo que era o como era" y esto sucede porque "no presta atención". Lo anterior puede determinar un sinnúmero se situaciones que posiblemente desencadenen en desmotivación o desencanto del alumno y una autoimagen agredida, desestimulada.
También las promesas son bastante delicadas en las relaciones, en este caso específicamente pedagógicas; así, si no es clara la petición realizada, si no se comprende lo que se solicita, si se hace un compromiso que no se cumple "porque no estaba claro lo que debía hacer para satisfacer la necesidad de quien realizó la petición", entonces se pierde confianza y se abre un abismo entre las personas que se comunicaron mediante esta acción del lenguaje. Con las consecuencias conocidas, se crea desconfianza, se pierde autoridad y credibilidad y la posibilidad de formar, por cuanto el niño o joven (o el adulto en el caso contrario) no aceptaría como válido lo que se socializa con él para tratar de hacer que internalice conceptos, actitudes o valores.
Ahora bien, las declaraciones, son creación de ideas, construcción de imágenes, que aparentemente salen de la nada, es decir, representan la capacidad creativa del lenguaje y pueden encerrar propósitos o compromisos personales. Por ejemplo, el que un estudiante llegue a hacerse a sí mismo la declaración de que "este periodo voy a ser el mejor alumno", contiene como hecho lingüístico un acto de automotivación que puede ser dictado por la "activación" adecuada de su estructura interna a través de un discurso persuasivo externo de una persona con autoridad, la cual, a su vez, motiva por medio del lenguaje declarativo, diciendo "Tú eres capaz de salir avante ante cualquier reto que te propongas". Es la creación de una situación nueva, renovadora, que puede hacer pasar de un estado de indiferencia académica, engatillando una especie de mecanismo interno, a un estado de motivación activa y participante del sujeto aludido.
En lo respectivo a las valoraciones, se ha de ser más delicado aún con ellas en cuanto a su utilización. En efecto, una valoración ha de tomarse siempre como un juicio subjetivo. Las valoraciones nunca son la verdad. Son afirmaciones que hace la gente para satisfacer algún interés con sus criterios particulares. En toda relación pedagógica están presentes las valoraciones, ellas son mediaciones, opiniones que se intercambian alrededor de intereses personales entre los sujetos que intervienen en el proceso enseñanza - aprendizaje, o formativo, y deben ser consideradas posibilitantes de consensos. Deben, en todo caso, En lo respectivo a las valoraciones, se ha de ser más delicado aún con ellas en cuanto a su utilización. En efecto, una valoración ha de tomarse siempre como un juicio subjetivo. Las valoraciones nunca son la verdad. Son afirmaciones que hace la gente para satisfacer algún interés con sus criterios particulares. En toda relación pedagógica están presentes las valoraciones, ellas son mediaciones, opiniones que se intercambian alrededor de intereses personales entre los sujetos que intervienen en el proceso enseñanza - aprendizaje, o formativo, y deben ser consideradas posibilitantes de consensos. Deben, en todo caso, negociarse de manera clara con los adolescentes especialmente. Los criterios de valoración muchas veces inciden en el proceso pedagógico por esta falta de claridad en ellos. Verbigracia cuando un profesor exige a su alumno que tenga "el cuaderno organizado" y el muchacho asegura que así lo está. En este caso concreto la valoración "organizado" del profesor es diferente a la que tiene el alumno, lo cual da lugar a conflictos que pueden evitarse haciendo claridad o, se repite, "negociando" los criterios de valoración.
Las afirmaciones, como enunciados para los que se está dispuesto a dar pruebas y se pueden simplemente calificar de verdaderas o falsas, son también causantes de muchos conflictos y situaciones desmotivantes, toda vez que un educador o un padre de familia, AFIRMA que un niño o un joven es perezoso, distraído, etc., está haciendo una afirmación que en realidad no es más que una valoración, lo cual conduce a que se "programe" el educando, y éste termine diciendo "yo soy así, qué le hacemos". Se explica: es muy diferente afirmar: "hoy estás muy inquieto, ¿qué te pasa?", porque se está haciendo una afirmación a la que se aducen pruebas: "estás distraído, jugando en clase, no prestas atención, etc". Es algo circunstancial, de este momento. A afirmar: "Usted ES muy inquieto, que fastidioso ERES". Porque en esta afirmación se da por hecho que el niño o joven ya está realizado como alguien inquieto y cansón. Viene a ser una profecía que se cumple a sí misma.
De acuerdo con todo lo anterior, y teniendo en cuenta un principio de la psicología social como la necesidad de afiliación, entendida ésta como el deseo de vincularse con otras personas, que es probable se presente en las personas porque "ayuda a éstas a satisfacer necesidades de aprobación, apoyo, amistad e información"[7]; se hace pertinente confrontar esta necesidad social, al mismo tiempo que la de la comparación social (cuya teoría sostiene que "los deseos de autoevaluación, protección y perfeccionamiento de sí mismo proporcionan motivos para asociarse con otros")[8], con los usos inadecuados que se hacen del lenguaje durante el proceso formativo, especialmente por parte de los adultos que intervienen en él, para constatar que, en ocasiones, esa autoimagen, el apoyo y la aprobación que necesita el sujeto en formación puede ser herida o vilipendiada, con la consecuente desmotivación y bajo nivel de autoestima muy posiblemente.
Uno de los principales usos inadecuados del lenguaje es el de no hacer peticiones y quejarse en lugar de ello. El profesor - o el padre de familia o el alumno - no hace peticiones con claridad y constantemente se queja del otro ante los demás o ante el mismo aludido. Necesitando algo del otro no se formula la petición: " Por favor, ubíquese bien y preste atención señorita López", sino, en cambio, se lanza una queja: "¿Qué voy a hacer con usted Marcela?¿Quién la soporta fuera de su puesto a toda hora y conversando?". O: "profesor, no entiendo nada, usted no sabe explicar o yo soy muy bruta", en lugar de: "tiene la bondad profesor y explica nuevamente el tercer caso de factorización que aún no entiendo el proceso".
De igual manera es problemático para la comunicación y la orientación el realizar peticiones como súplicas: "Robertico, tiene la gran bondad de quedarse calladito y dejarme dar la clase, ahorita le doy un tiempito para que descanse mi niño", con lo que el niño aludido cree que hacer silencio y orden en clase es una manifestación de magnanimidad y no su deber para con la disciplina, el grupo y él mismo. Hay sobrestimación que desmotiva a esforzarse y conseguir metas, al menos ya consiguió "dominar" a los adultos, además ¿cómo orientarlo a través de súplicas, si el educando lo que necesita es un orientador seguro de que el camino señalado es el correcto? "El niño y el joven se angustian cuando no encuentran en los adultos el horizonte, la guía y el soporte esperado".[9]
En ocasiones, el alumno realiza una actividad de manera "errónea" según el educador porque no entendió la petición, o simplemente se atemoriza y vive lleno de expectativas no comunicadas a causa de falta de ser asertivo y vivir pensando que "el profe debería...", mas no se cuestiona su método o su relación con los alumnos. Es igualmente perjudicial para las relaciones, desde el lenguaje, el no rehusar las peticiones, porque "es que si le digo que no, se enoja", por ejemplo. Y con base en estos dos límites interrelacionales el estudiante empieza a ser indiferente ante las actividades académicas o a resentirse con el profesor e incluso proyectar su enojo con la asignatura, el colegio y todos los profesores y demás áreas del conocimiento.
Aunados a los anteriores usos deficientes del lenguaje en lo que respecta a la relación pedagógica y formativa, se encuentran otros como tratar las valoraciones como declaraciones. Los juicios personales, gustos, inclinaciones, en una palabra lo subjetivo, no debe tomarse como algo totalmente verdadero u objetivo, juzgar los alumnos de acuerdo con el "como a mi me gusta que sean" o "es que yo era un estudiante ejemplar y ..." es declarar que nuestra forma de ser o nuestro querer no respeta la forma de ser del otro, su personalidad, maneras de asumir los retas y manifestar sus valores. Las afirmaciones deben ser cuidadosas y objetivas porque de ellas, de su buen uso, dependen muy posiblemente la autoestima y la motivación de los niños y jóvenes estudiantes.
PS LUIS ENRIQUE ECHAVARRÍA JIMÉNEZ

[1] Citado por BUDD, Matthew y Larry ROTHESTEIN. Tú eres lo que dices. Madrid: Editorial EDAF, 2001. Pags 179 a 184.
[2] Op. Cit, pag 179.
[3] Op. Cit.
[4] Op. Cit, pag 180.
[5] Op. Cit. Pag 181.
6. Op. Cit, pag 182

[7] COON, Dennis. Psicología. Exploración y Aplicaciones. 8ª edición, Buenos Aires: Thomson Editores, 1999. Pg. 654.
[8] Op. Cit pag 655.
[9] MARULANDA, Angela. Crecer con nuestros hijos. 2da Edicion. Grupo Editorial Norma. Cali - Colombia, 1999.
LA ADICCIÓN A ESTIMULANTES COMO
DISTORSIÓN DEL LOCUS DE CONTROL
Podemos, a manera de preámbulo, definir el locus de control como un rasgo de personalidad propuesto a partir de la teoría del aprendizaje social y que consiste en la capacidad para el control y autocontrol y puede darse de modo interno o externo. Veamos: cuando hay un locus de control interno la persona percibe que los eventos positivos o negativos ocurren como efecto de sus propias acciones y que están bajo su control personal; así, estas personas valoran positivamente el esfuerzo y la habilidad personal. En el caso contrario, cuando existe como rasgo un locus de control externo las personas perciben el refuerzo, los estímulos, es decir aquello que les “pasa”, como no contingente a sus acciones sino como resultado del azar, el destino, la suerte o el poder de otros; así, el locus de control externo es la percepción de que los eventos no se relacionan con la propia conducta y que por ende no pueden ser controlados, de manera que no se valora el esfuerzo ni la dedicación.
En fin, el locus de control ubica a las personas en un continuo según la responsabilidad que aceptan sobre los eventos que experimentan -que pueden ser positivos, negativos o neutros-, así se muestra el grado en que un individuo percibe el origen de su propio comportamiento de manera interna o externa a él. Por ello, cuando una persona tiene como rasgo un locus de control interno, busca ella misma solución a los problemas, esto es, que sabe que tiene dentro de sí el poder para cambiar SU COMPORTAMIENTO si percibe éste como inadecuado en la búsqueda de su autorrealización porque no culpa a los avatares de sus fracasos.
Hasta ahí todo bien, el problema viene cuando ese locus de control es externo y la persona se busca agentes externos para solucionar sus problemas, caso en el cual son seres humanos muy dependientes y de poca capacidad para cambiar comportamientos inadecuados que le traen dificultades u obstaculizan su autorrealización.
Por ende, es muy frecuente encontrar que en este último grupo de personas se dé la dependencia a sustancias estimulantes, sustancias psicoactivas o psicotrópicos como el alcohol, sustancias naturales como la marihuana, el opio o elaboradas como las anfetaminas, la cocaína, etc, porque se distorsiona su locus de control y creen encontrar, como fruto de su desesperanza, una solución a los problemas en agentes que estimulan estados artificiales de control de una realidad que no es la compartida por los demás. Ese mundo que se percibe como más plácido atrae con mayor facilidad a quienes no confían en sí mismos.
Para prevenir el consumo de tales sustancias, entonces, es necesario apuntar a construir un locus de control interno en nuestros niños y jóvenes, enseñándoles que lo que hacemos trae consecuencias y que existe una relación causa-efecto en todo comportamiento nuestro, pero que si elegimos un comportamiento adecuado teniendo en mente un proyecto de vida claro, con unas metas a corto y largo plazo, siempre tendremos el control de nuestras vidas e iremos haciendo los cambios que se necesiten para lograr el propósito al que estamos avocados todos, nuestra autorrealización como seres humanos valiosos para nosotros mismos, la sociedad y Dios, nuestro Padre.

DATOS PERSONALES



LUIS ENRIQUE ECHAVARRÍA JIMÉNEZ

PSICÓLOGO Y FILÓSOFO

EDUCADOR

QUIERO COMPARTIR IDEAS Y TEXTOS